EL RUBIO DE RUBIK

La historia es cíclica, ya se sabe. Desde 1974, año en el que su creador, el profesor de arquitectura Ernő Rubik le dio forma, cada equis años han aparecido y vuelto a resurgir en patios de escuela, parques o casas. Y es que todos hemos tenido un aparatito de estos. Algunos, entre los que me incluyo, hemos terminado tirándolo a la basura o dándole una buena patada, hartos de intentarlo y no dar con la tecla... Estos días de atrás Owen trajo uno. Hoy ya había cuatro en clase. La próxima semana, serán veinticuatro... 

Sin duda, si alguien lo ha cogido con ganas, es Dani. Tanto, que se queda uno embobado viendo cómo mueve y gira esas diabólicas caras, con un juego de dedos que ni el mejor de los magos. Vamos, que nos dejó literalmente alucinados. En especial, a Natalia, que venía hoy con su propio cubo, dispuesta a desafiar a Dani... ¡Pan comido! Y eso, que según palabras del artista, el cubo de Natalia era un poco patata y no movía bien, el bueno era el suyo... Sacaron hasta un cronómetro para cerciorarse de la rapidez con la que llegaba a la solución. Y es que cuando se aplica seriamente en algo, el rubiales tiene pocos rivales...

En unos días, andarán todos por el patio con su cubo, dándole vueltas. Y Natalia y servidor seguiremos dándole vueltas pero a la cabeza,  pensando en cómo diantres pudo hacerlo tan rápido este torbellino de neno...